sábado, 22 de septiembre de 2012

EL PERRO COJO - MANUEL BENITEZ CARRASCO

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EL PERRO COJO 



Con una pata colgando, 
despojo de una pedrada, 
pasó el perro por mi lado, 
un perro de pobre casta. 
Uno de esos callejeros, 
pobres de sangre y estampa. 
Nacen en cualquier rincón, 
de perras tristes y flacas, 
destinados a comer 
basuras de plaza en plaza. 


Cuando pequeños, qué finos 
y ágiles son en la infancia, 
baloncitos de peluche, 
tibios borlones de lana, 
los miman, los acurrucan, 
los sacan al sol, les cantan. 
Cuando mayores, al tiempo 
que ven que se fue la gracia, 
los dejan a su ventura, 
mendigos de casa en casa, 
sus hambres por los rincones 
y su sed sobre las charcas. 


Qué tristes ojos que tienen, 
que recóndita mirada 
como si en ella pusieran 
su dolor a media asta. 
Y se mueren de tristeza 
a la sombra de una tapia, 
si es que un lazo no les da 
una muerte anticipada. 


Yo le llamo: psss, psss, psss. 
Todo orejas asustadas, 
todo hociquito curioso, 
todo sed, hambre y nostalgia, 
el perro escucha mi voz, 
olfatea mis palabras 
como esperando o temiendo 
pan, caricias... o pedradas, 
no en vano lleva marcado 
un mal recuerdo en su pata. 
Lo vuelvo a llamar: psss, psss. 
Dócil a medias avanza 
moviendo el rabo con miedo 
y las orejitas gachas. 


Chasco los dedos; le digo: 
"ven aquí, no te hago nada, 
vamos, vamos, ven aquí". 
Y adiós la desconfianza. 
Que ya se tiende a mis pies, 
a tiernos aullidos habla, 
ladra para hablar más fuerte, 
salta, gira; gira, salta; 
llora, ríe; ríe, llora; 
lengua, orejas, ojos, patas 
y el rabo es un incansable 
abanico de palabras. 


Es su alegría tan grande 
que más que hablarme, me canta. 
"¿Qué piedra te dejó cojo? 
Sí, sí, sí, malhaya". 
El perro me entiende; sabe 
que maldigo la pedrada, 
aquella pedrada dura 
que le destrozó la pata 
y él, con el rabo, me dice 
que me agradece la lástima. 
"Pero tú no te preocupes, 
ya no ha de faltarte nada. 
Yo también soy callejero, 
aunque de distintas plazas 
y a patita coja y triste 
voy de jornada en jornada. 
Las piedras que me tiraron 
me dejaron coja el alma. 


Entre basuras de tierra 
tengo mi pan y mi almohada. 
Vamos, pues, perrito mío, 
vamos, anda que te anda, 
con nuestra cojera a cuestas, 
con nuestra tristeza en andas, 
yo por mis calles oscuras, 
tú por tus calles calladas, 
tú la pedrada en el cuerpo, 
yo la pedrada en el alma 
y cuando mueras, amigo, 
yo te enterraré en mi casa 
bajo un letrero: «aquí yace 
un amigo de mi infancia». 


Y en el cielo de los perros, 
pan tierno y carne mechada, 
te regalará San Roque 
una muleta de plata. 
Compañeros, si los hay, 
amigos donde los haya, 
mi perro y yo por la vida: 
pan pobre, rica compaña. 


Era joven y era viejo; 
por más que yo lo cuidaba, 
el tiempo malo pasado 
lo dejó medio sin alma. 
Y fueron muchas las hambres, 
mucho peso en sus tres patas 
y una mañana, en el huerto, 
debajo de mi ventana, 
lo encontré tendido, frío, 
como una piedra mojada, 
un duro musgo de pelo, 
con el rocío brillaba. 


Ya estaba mi pobre perro 
muerto de las cuatro patas. 
Hacia el cielo de los perros 
se fue, anda que te anda, 
las orejas de relente 
y el hociquillo de escarcha. 
Portero y dueño del cielo 
San Roque en la puerta estaba: 
ortopédico de mimos, 
cirujano de palabras, 
bien surtido de intercambios 
con que curar viejas taras. 
"Para ti... un rabo de oro; 
para ti... un ojo de ámbar; 
tú... tus orejas de nieve; 
tú... tus colmillos de escarcha. 
Y tú, -mi perro reía-, 
tú... tu muleta de plata". 


Ahora ya sé por qué está 
la noche agujereada: 
¿Estrellas... luceros...? No, 
es mi perro cuando anda... 
con la muleta va haciendo 
agujeritos de plata. 






miércoles, 5 de septiembre de 2012

AL AMOR DE LA LUMBRE - CARLOS PEZOA VÉLIZ


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Al amor de la lumbre


Junto a las grutas de las quebradas

donde las aguas alborotadas
charlan de asuntos si ton ni son,
hay una casa de corredores
donde hay palomas tiestos con flores,
y enredaderas en el balcón.


Es una casa de tres ventanas

donde la madre luce sus canas
como argumento de algo gentil,
y unos modales llenos de gracia
que hacen más grave la aristocracia
del aire místico y señoril.


Si fueran cosas de tiempo antiguo,

más de una oda de metro exiguo
hubiera escrito Fray Luis de León,
sobre la dama de blanco pelo,
sobre las dichas que allá en el cielo
tendrán los buenos de corazón.


Y en verdad digna es de verso y prosa

la blanca mesa, la blanca loza,
la porcelana de albo matiz,
los cuchicheos, los tenues corros
y el agua alegre que salta a chorros
por una enorme llave matriz.


Es una dicha que causa pena…

La broma alegre, la charla amena
y allá en el piano, la, si, do, re…
Los besos largos, las risas claras
y el tintineo de las cucharas
sobre las blancas tazas de té.


Unos comentan el cuento charro;

éste que piensa fuma el cigarro
mirando el humo subir, subir.
Hace proyectos mientras bosteza
y ve en las brumas de su pereza
las alegrías que han de venir.


La madre cose; la joven piensa;

la chica enreda su oscura trenza;
los grandes hurgan temas de amor.
Y si a la larga se ponen tristes,
el más alegre cuenta unos chistes
que a todos ponen de buen humor.


Mientras, las flores pueblan la mesa

y la bandeja de plata gruesa
y las cajitas donde hay café,
en cuyas clásicas etiquetas
hay unos chinos que hacen piruetas
sobre cajones llenos de té.


En los jarrones de porcelana

hay una torre y una campana
que casi, casi repica ya…
un cuadro antiguo, colgado al muro,
y en él un gesto grave y seguro
sobre el retrato del buen papá.


Si allá un piloto maniobras manda,

los chicos todos en la baranda
piensas: ¿a dónde va el bergantín?
…Y sopla el viento del mediodía
y una brumosa melancolía
vacía en el aire vahos de esplín.


En las heladas tardes de invierno

se leen libros de arte moderno
o alguna charla de Pedro Gil;
oye la dama de pelo cano,
callado el viento, callado el piano,
y Paderewsky sobre el atril…


Cuando en las noches hay aguacero,

niños y gatos junto al brasero
oyen La lámpara de Aladín;
cuentos de negros duchos en bromas,
niñas que un hada volvió palomas
o gigantones con piel de espín.


…Suenan las doce; la madre reza;

hay en los cielos mucha tristeza,
abajo un vaho sentimental
mientras que enfermas de hipocondría
cantan las ranas su letanía
allá en la orilla de un manantial.


Sueñan los niños que allá en la gloria

hay una inmensa preparatoria
donde Dios hace de preceptor;
y que en las clases, de traje blanco,
a cada uno pone en el banco
una corneta con un tambor.