LA PRINCESA DE LAS ROSAS
FANTASÍA ORIENTAL II
Una princesa de China
de una ciudad colonial
de minaretes de plata
y balcones de coral
con unos pies diminutos
como granitos de sal
con ojos grandes de almendra
y lazada de percal
sobre el kimono de seda
del color azul de mar,
le preguntó a su maestro
con una gran seriedad.
—¿Hay en la naturaleza
algo que me enseñe a amar?
El maestro se fue al punto
al jardín del pavo real
y cogiendo entre sus manos
una gran rosa imperial
la presentó a la princesa
de mirada de azahar.
—Esta es la profesora
de cómo se aprende a amar.
Ponla siempre en la ventana,
mírala y te enseñará.
Las rosas la hablaron tanto
que en las crónicas está
que la princesa se hacía,
aun a su temprana edad
juiciosa, fiel, hacendosa,
cuidadosa, servicial,
dulce, alegre, placentera,
apasionada y cordial.
—«La princesa de las rosas»,
comenzáronla a llamar
y cuando algún cortesano
comentaba con afán
cómo es que había aprendido
tanta paciencia y bondad,
la princesa respondía
con gran afabilidad
—«Las flores de mis jardines,
me han enseñado a amar».
Carlos Etxeba